Desde las entrañas del volcán

Desde las entrañas del volcán
Blog-experimento. Espacio onírico. Utopía en proceso de construcción. Soy comunicadora audiovisual, guionista, escritora, feminista, militante de lo colectivo, artista, activista, anticapitalista y hechicera de la revolución. Colaboro con varias publicaciones y me apunto a un bombardeo. Para propuestas amorosas y proyectos contacta conmigo: garcialopez.alejandra@gmail.com

jueves, 28 de julio de 2011

El trance

Lo que siento cuando escribo es, lo que yo llamo, trance creativo. Es ese momento en el que mi percepción, de las cosas y de lo que me rodea, cambia. Empecé a pensar en este término cuando descubrí mi necesidad de contar historias. Cuando escribir se convirtió en una obsesión. Desde que entendí que de todo se saca una historia, el trance creativo es para mí una forma de vida. Cuando entro en este estado, todo se vuelve misterioso. Desconecto de determinados factores externos. Y conecto con otros, simples o complejos, que llaman mi atención.
Unas veces de forma consciente aunque, me atrevería a decir que, la mayoría no. Dejo de escuchar la conversación de mis amigos. Me dejo absorber por una mirada. O por los gestos de una pareja de la mesa de al lado. Mi cabeza se empieza a llenar de ideas. Establece conexiones sin parar entre todo lo que me rodea. De todas ellas, de pronto, surge una, que siento la necesidad de contar. A veces se por qué, otras no. Pero es incontrolable, como si estuviera poseída. Todo lo que veo, oigo y siento lo relaciono con la historia, que se cuece en mi interior. Señales en la calle, conversaciones ajenas. Es como si el mundo estuviera lleno de piezas de puzzle que voy recolectando para hacer la historia. Entonces ya no hay vuelta atrás. Me da la sensación de que voy a explotar. De emoción y de ansias de escribir. Porque cuando doy con esa historia, la que tengo necesidad de contar, me dejo llevar por ella. Igual me confío demasiado. Pero cuando siento eso, me fío de mi intuición.
Cuando empecé a ser consciente de todas estas transformaciones, comprendí perfectamente la manía de la que hablaban los griegos. Lo definían muy bien como la suma de locura, posesión y felicidad. Creo que, con esto, se podría uno hacer una idea de lo que siento al escribir. Sin embargo, me gustaría recordar un día especial que sirve como ejemplo. Había estado muchos días dándole forma a la historia en mi cabeza, pero no me había atrevido a escribir.
Quedé para ir al El Retiro. El era ideal para pasear sin tener que hablar mucho. Caminamos en todas direcciones y recorrimos los caminos que cruzan el follaje. Era uno de esos días en los que percibes que la tierra está viva. Los árboles, el agua de las fuentes, los pájaros. Me dio tiempo a observar todo lo que quise. Ver las infinitas caras y expresiones de la gente. Imaginar qué pensaba uno o a quién esperaba el otro. Tan sólo cruzábamos miradas cómplices, de vez en cuando, como si tuviéramos un lenguaje secreto, telepático, con el que comunicarnos. Nos sentamos, y sin apenas mediar palabra, el sacó su libro y yo mi cuaderno.

La primera frase me costó, como siempre. Es la que más tacho y reescribo de nuevo. Al principio, siempre me resulta difícil concentrarme. Me agobia mirar el papel en blanco. Es como si no pudiera pensar. Entonces le miré a él. Pensé que se parecía mucho a mi personaje. Después pensé que no. Era mi personaje quién se parecía mucho a él. El trance estaba en camino. Las musas estaban aquí. Su forma de abrir el libro, de mirar a la gente, de acariciar el césped. Todos esos matices me inspiraron y, después de varios minutos, arranqué.
Una vez que se me enciende la chispa no puedo parar. Incluso a veces, la mano no va tan rápido como mi cabeza. Eso me produce cierta ansiedad. Lo veía todo muy claro pero tenía que darme prisa antes de que se me olvidara. Sabía lo que quería contar. Veía a mi personaje moverse, hablar y respirar. Me había poseído. De hecho, hablaba casi solo. Las palabras salían de mi mano a toda velocidad, aunque no tanto como yo quería. Tenía la boca seca, pero no tenía sed. Tenía ganas de fumar, pero no podía parar. No tenía frío, tampoco calor. De pronto, todo a mí alrededor pareció desvanecerse. Ya no escuchaba a los pájaros. Ni olía el césped. Ni siquiera apreciaba la luz del sol. Fue en ese momento, cuando el tiempo se paró. Y me quedé suspendida en el universo de mi historia. No sé cuánto tiempo estuve así. Sólo sé que escribí mucho. Por lo menos, lo suficiente para sentirme satisfecha. Tan incontrolable es cuando viene, como cuando se va. Y dejé de flotar en mi historia, para volver a caer en el césped del parque. Justo cuando gran sombra llamó mi atención. Era él, que volvía con unos helados en la mano. Me dijo que se me veía en paz escribiendo. Me preguntó qué sentía al hacerlo.
Esa imagen suya se me quedará grabada para siempre. Sonrisa dulce y mirada, inocente y curiosa, como la de un niño. Me quedé pensando unos segundos. ¿Cómo iba a explicarle eso?; Sin darme cuenta, empecé a hablar. La escritura es como un vampiro, cuando te muerde, te posee eternamente, le dije. Entonces me besó. Me di cuenta de que él también era como un vampiro. Me dijo que estaba loca y que no cambiara nunca. Sentí que aquello era un reto. ¿Quieres saber lo que siento escribiendo?, Aquí lo tienes.

Fin

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