Desde las entrañas del volcán

Desde las entrañas del volcán
Blog-experimento. Espacio onírico. Utopía en proceso de construcción. Soy comunicadora audiovisual, guionista, escritora, feminista, militante de lo colectivo, artista, activista, anticapitalista y hechicera de la revolución. Colaboro con varias publicaciones y me apunto a un bombardeo. Para propuestas amorosas y proyectos contacta conmigo: garcialopez.alejandra@gmail.com

miércoles, 25 de enero de 2012

La encantadora de serpientes

La encantadora de serpientes, Henry Rousseau



La joven se sumió en un profundo sueño en el que estuvo flotando años. Era un tiempo de desconocimiento y agonía en el que el peso de su existencia le impedía elevar sus alas y volar. La vida pasaba vacía ante sus ojos, aunque no desapercibida. Ella la contemplaba desde la lejanía, analizando los detalles y buscando de qué manera se podría integrar. Le parecía todo demasiado  rebuscado en el ámbito social y, contradictoriamente, simple en lo central.

Años pasó debatiéndose entre el deseo y el dolor, batalla en la que, en esas condiciones, siempre triunfaba el sufrimiento. Y se sentía asfixiada en esa pecera de animales sin color, desconectados de su instinto primario, en la que no hallaba lo que esperaba encontrar. No es que pensara demasiado. Es que la joven esperaba más.

Un viaje más profundo en su paso por la tierra, lugar con alma sensible e inteligencia. Eso era lo que ella percibía e intuitivamente esperaba engendrar. Sin ánimo de juzgar si fue para bien o para mal, la joven como no se hallaba se encerró en una burbuja que le permitía respirar. Era una burbuja llena de aire puro, de búsqueda de conocimiento, de comprensión de las circunstancias y de esperanza, no despojada de esfuerzo, en descubrir la verdad. 

Pasados los años, la joven había forjado de tal manera su fuerte, que cuando quiso salir no se encontró cómoda y mucho menos sintió seguridad. Pero se había dado cuenta de algo y es que el tiempo se había paseado ante sus ojos, mientras ella se descubría y profundizaba, pero siempre detrás de esa pared invisible que la separaba de la realidad. Y cuando digo realidad, en este caso, me refiero a la realidad impuesta por una sociedad racional en el que se ha obviado la otra mitad de lo que somos, con las consecuencias que eso conlleva para el desarrollo de la personalidad. 

En realidad esta realidad de la que hablo, era para ella algo que sentía como ajeno y en la que sabía que nunca se podría hallar de verdad. Porque ella intuía que bajo esa realidad impuesta subyacía otra verdad.

El descubrimiento de esa otra verdad llegó un día, aunque no sin más. Todas las acciones, desde el principio de sus días, habían estado orientadas inconscientemente a llegar a dónde estaba en ese determinado momento y lugar. 

Así caminando por las calles, abarrotadas de personas y máquinas de la gran ciudad, empezó a escuchar la llamada de la selva. Los tambores, los cantos a tres voces de la madre y las campanas que le animaban a abandonar aquella hostilidad.

Un viento fresco y arrollador, le empujó por detrás y tuvo que decidir en cuestión de segundos si seguir sus instintos, la llamada de la naturaleza o, por el contrario, quedarse quieta bajo las cadenas de la racionalidad. Fue en ese instante cuando vio el camino hacia la felicidad.  Había pasado el tiempo suficiente alimentándose de lo racional, contemplando la vida y pensando en ella, descubriéndose, pero era el momento de dar un paso más. De equilibrar el pensar y el hacer, de vivir la vida pensándola, de dejar atrás el sólo pensarla y observarla, sin implicarse más.

Un escalofrío recorrió su cuerpo y la hizo ser más consciente de todo él. De la serpiente que se enrosca en torno a su ser. Su pecho se hinchó de aire y gritó , más fuerte que nunca, como nunca lo había hecho. Y la madre y sus hermanas gritaron con ella, en símbolo de agradecimiento y admiración por unirse y escuchar su voz interior.

Y sintió su cuerpo lleno de sangre caliente y burbujeante,   ansiosa por salir y expandirse, como fuerza volcánica. Trascender de su cuerpo para expandir su existencia y compartirla como semilla de frutos rojizos. Impulsada por el grito de rebelión y ayudada por la fuerza del viento, saco las alas de su imaginario y voló.

Aterrizó en una isla en medio del Atlántico en la que lo único que gobernaba era el amor. Al tocar el suelo con los pies, algo mágico en ella engendró y descubrió el sitio maravilloso en el que había caído cuando miró a su alrededor.

Un inmenso azul, cristalino y profundo, le ganaba terreno a la tierra, la cual encantada por este baile ritual, en el que las olas suben y bajan, se dejaba fecundar. En la comunión de esas fuerzas la vida fluía, libre e imparable, en cada rincón. Y como si la madre quisiera darle un abrazo de bienvenida a la joven, desde sus entrañas sopló. 

Aire caliente salió de la tierra y el agua comenzó a burbujear. El vestido, largo, rojo y sedoso que vestía se empezó a elevar. Así la joven empezó a sentirse una con el uno, integrada en la totalidad. 

Dejó que el vestido se escapara de su cuerpo y descubriéndolo cálido y desnudo, no pudo sentir otra cosa más que libertad. Era la primera vez que la sentía con todas sus consecuencias y sabía que había llegado para no marcharse más. Había puesto fin a la lucha incansable por soltar de la tierra el hilo invisible que la tenía sujeta. Ya no habrían más acrobacias, ni piruetas, que tendría que realizar para escapar de los peligros de la muerte, del dolor y la realidad. Pues no sentía temor alguno a la muerte mientras pudiera vivir conforme a lo que a ella le parecía lo propio y natural.

Escuchaba los tambores y la música ritual cada vez con más fuerza. Así la joven se acostó en el suelo y restregando su cuerpo contra la tierra, comenzó a escarbar. No podía dejar de reírse a carcajadas, de revolcarse y dar saltos, por sentirse viva y llena de gozo. Como si de un impulso erótico se tratara sintió instintos de engendrar. Contempló su cuerpo desnudo, lleno de tierra, de manera que sólo su sonrisa y sus ojos se distinguían de lo que había a su alrededor. 
Se dio cuenta de que no sólo era un sentimiento, sino que se había mimetizado con el entorno.

Fue en ese momento, cuando tocando sus voluptuosas curvas se hizo consciente de su fuerza interior. La fuerza femenina, que todo lo engendra, la cavidad de poderes mágicos y espirituales más allá del intelecto, el útero que cobija, que nutre y hace las cosas florecer y renacer. 

Y cuando hubo sido consciente de esa potencia que le daba la vida se sintió preparada, una vez redescubierta a sí misma, para compartir su esencia. 

Después de unos minutos en trance, escuchándose y escuchando a la tierra respirar, se sintió cómodamente observada. Se encontró rodeada de animales: Felinos, aves y serpientes que bailaban a su alrededor. La miraban como si la hubiesen estado esperando hace mucho tiempo y movían sus cabezas arriba y abajo, dándole la bienvenida. 

Al cabo de unos segundos, escuchó algo. Como recién parido de un gigante, un hombre se bajó de aquel frondoso árbol. Estaba desnudo, con el cuerpo pintado de tierra y también era consciente de todo él mismo y de su miembro penetrante que fecunda en lo que engendra. Miraba a la joven embelesado después de haberla visto en ese trance extático, en la que toda su fuerza causaba en él la más pura admiración. Y así como el día y la noche, lo blando y lo duro, lo divino y lo demoníaco, se devoraron mutuamente. Y se hicieron más fuertes y más conscientes porque equilibraron sus fuerzas en un orden espontáneo, sin dejar de ser dos...