Desde las entrañas del volcán

Desde las entrañas del volcán
Blog-experimento. Espacio onírico. Utopía en proceso de construcción. Soy comunicadora audiovisual, guionista, escritora, feminista, militante de lo colectivo, artista, activista, anticapitalista y hechicera de la revolución. Colaboro con varias publicaciones y me apunto a un bombardeo. Para propuestas amorosas y proyectos contacta conmigo: garcialopez.alejandra@gmail.com

viernes, 3 de febrero de 2012

Historia de un calamar

El calamar se comió a la sardina



El otro día compré calamares para cocinar. Llegué a casa contenta. Me relaja cocinar.  Me preparé para estar cómoda, puse música y saqué el calamar del envoltorio.  Me encantan los calamares. Mi relación con ellos siempre ha sido  insólita.

Al verlo no puedo evitar sentir  empatía con él, que hasta no hace mucho, nadaba a sus anchas, gozaba de vida.  Sin embargo,  un instinto animal me hace querer destriparlo. Ya he dicho que mi relación con los calamares siempre ha sido extraña, pero no por ello menos intensa y fascinante. 

Desde pequeña me ha gustado limpiar el calamar. Gustado de una forma pasional, casi obsesiva. Al tocarlo,  un torbellino de recuerdos me viene a la mente. Tantas veces he vivido esa situación,  sin que por ese motivo haya sido ni un poquito menos satisfactoria. 

Una curiosidad palpitante me invade como la primera vez al tenerlo ante mis ojos. Algo que late me incita a tocarlo. Cuando lo hago me siento en completa conexión con lo vivo que había en ese calamar. Ese tacto suave, firme, resbaladizo, acuático, que le permite moverse en las profundidades marinas.

Me gustaría tocarlo todo el rato. Me gustaría tener la piel así.  Después de disfrutar de esa experiencia, en la que veo imágenes del calamar, nadando erguido, cambiando de color ante el peligro,  algo me hace verlo como presa.

Mi instinto animal se torna devorador, y comienzo a quitarle la piel. Es una gozada experimentar cómo tirando un poquito sale prácticamente sola, y entera. Sin hacer apenas fuerzas, para quedar pegada a tus dedos, enroscada y agradablemente viscosa. Me asombra la facilidad con la que se le quita la piel y queda el calamar blanco,  como si nunca hubiera llevado estampado encima.

Después viene lo mejor, quitarle los rejos y, de pronto, sentirte parte del calamar, cuando introduces tus dedos en él, para vaciarle  sus entrañas. Con esas texturas con las que tanto disfruto, de diferentes tonos y formas. Pues estando yo inmersa en ese “vaciarle las entrañas al calamar”, que para mí siempre ha sido una especie de ritual mágico, experimenté una sorpresa aún mayor. El calamar tenía algo atravesado que me impedía vaciarlo del todo y no era su concha interna, plana y transparente.

Intenté agarrarlo con mis dedos y, tras dar con el ángulo adecuado, saqué una sardina entera que empezaba a ser digerida en el momento en que el calamar salió del agua para no volver a entrar. Maravilloso pensé. Reí y disfrute de los minutos de placer al sentir la sorpresa ante aquel descubrimiento.  Me sobrecogió satisfactoriamente durante un buen rato. 

Y no era porque no hubiera vivido ya momentos así. Muchas veces he sacado,  limpiando pescado con mi padre, peces pequeños de otros más grandes. Pero nunca dejarán de impresionarme estos acontecimientos. Más estando aquí en Madrid, dónde me siento desafortunadamente menos conectada con la naturaleza, su magia y sus misterios.

Tras reponerme del impacto emocional que el calamar me había producido, ese viaje en el tiempo, abrí un vino para celebrarlo y seguí cocinando. Y pensé en lo que deseo de la vida, en mis objetivos. Uno de ellas es vivir en contacto con la naturaleza.  Sentirme una con ella, experimentar cada día su impulso vital, seguir sus ciclos,  maravillarme en cada momento con sus encantos. Lo conseguiré, pensaba. Si dedico todos mis esfuerzos a conseguirlo, llegará el día en que pueda vivir muy cerca del mar.  Ya que no puedo vivir debajo del agua...Una cabañita, una cueva, lo que sea, algo humilde, no necesito mucho. Algo que me permita sentirme conectada con eso a lo que pertenezco.

Pasando de un pensamiento a otro, se me pasó rápido el tiempo. El calamar estaba hecho y listo para comer. Me gusta pensar pensé, antes de sentarme a comer. Comí mientras seguí pensando. Me salió estupendo, cuando las cosas se hacen con empeño, salen bien. Y comiendo experimenté otra sensación, cuanto menos, curiosa.

Siempre me gustaron los rejos. Es la parte que más me gusta. Tenía en el plato unos rejos no muy grandes, pero si aparatosos. Los pinché y me lo llevé a la boca. Obviamente no me cabían tan fácilmente, y me propuse no ayudarme de los dedos. Así volví a sentirme animal. Ingeniándomelas con movimientos de lengua, intentando comerme al calamar. Y me di cuenta de lo que estaba ocurriendo.

Yo me comí el calamar


Estaba engullendo al calamar igual que él había hecho con la sardina, con la única ayuda de mi ingenio para usar la lengua y la elasticidad de mi boca. Era el ciclo.  No pude evitar sentirme algo poderosa porque en esa lucha entre el calamar y yo, aunque injusta, había ganado yo.

Maravillada con lo ocurrido, fui digiriendo. Toqué mi tripa y pensé en el calamar, que ahora se había hecho uno conmigo.

El calamar y yo nos hicimos uno


Cada uno vive como quiere y siente. Desde luego yo siento la magia y quiero sentirla. Porque la vida es mágica con sus simplezas y complejidades, con su orden espontáneo y sus encantos. La vida en estado puro, sin superestructuras creadas,   está para gozarla...