Desde las entrañas del volcán

Desde las entrañas del volcán
Blog-experimento. Espacio onírico. Utopía en proceso de construcción. Soy comunicadora audiovisual, guionista, escritora, feminista, militante de lo colectivo, artista, activista, anticapitalista y hechicera de la revolución. Colaboro con varias publicaciones y me apunto a un bombardeo. Para propuestas amorosas y proyectos contacta conmigo: garcialopez.alejandra@gmail.com

martes, 21 de mayo de 2013

Arcadia en el país de los miembros erectos

Imagen de Ellen Rogers


Caya estaba pletórica; como si el volcán que tenía dentro hubiera entrado en erupción, y ése estallido se tradujera en un chorro de vida que la elevaba varios centímetros sobre el suelo y le iluminaba el rostro.  Mientras recibía las felicitaciones de amigos y asistentes a la presentación, tenía la sensación de que, por primera vez en sus veintiocho años de vida, todo encajaba.  Ésa emoción que se balanceaba entre dos aguas -el éxtasis y la calma- se transformaba en una melodía tribal que taponaba sus oídos haciendo que apenas pudiera escuchar lo que le decían.  Pero como lo bueno no puede durar eternamente, un factor externo interrumpió su momento de gloria. Era la atrevida mano de su obsceno editor que, por haber puesto pasta para publicar su libro, se creía con derecho a invadir su esfera íntima y contaminar su espacio.  Ése espacio que empieza dónde termina la espalda y termina dónde empieza lo que burdamente se conoce como raja del culo.  De pronto se sintió mal por haberse puesto ésa falda de gasa negra porque podía notar cómo la temperatura de la mano del invasor aumentaba al entrar en contacto con la piel que recubre el huesito dulce. El malestar se pasó cuándo vio de lejos a su amiga Catalina porque recordó lo que ella siempre le decía -cariño, podemos y debemos vestirnos como nos salga del coño. Es la mirada turbia de los hijos del patriarcado lo que es enfermizo, no nuestra forma de vestir. Mira los bosquimanos, en pelotas todo el día, y allí no pasa nada-. Entonces él le propuso ir a tomar una copa para celebrarlo, pero Caya mintió diciendo que ya había quedado.  Y debía ser verdad la sensación que tenía de que todo encajaba porque conforme terminaba de pronunciar la última palabra que completaba la mentira  otra mano le tocó el hombro para hacerla real. 
Un escalofrío recorrió su espina dorsal, como si una serpiente inquieta la abrazara.  Caya siempre se había fiado de su intuición. Creía que era un don especial que tenía y que unas veces le hacía favores, y otras se volvía en su contra. Pero en ese caso no. Sabía de quién era ésa mano y, aunque no quería confirmar aún su identidad, la intuía nítida como si de una premonición se tratase.  Despachó al editor en, como mucho cuatro segundos, el tiempo que tardó en desacelerar su corazón y reafirmar su autoestima con valentía.
Pero aunque su intuición estaba en lo cierto, las cosas nunca van a suceder tal y como pensamos porque en ése momento siempre aparece la misteriosa diosa de la incertidumbre para cambiar el rumbo de lo previsto.  Fue esbozar una variación en la dirección del pie con el que pensaba impulsarse para dar el giro y Fabián, el niño monísimo que ahora se había convertido en un apuesto Don Juan, se abalanzó para darle un cariñoso abrazo que ella no supo encajar.  Dio un salto hacia atrás como si tuviera afefobia y después se quedó tiesa; con la sensación de tener un palo de billar metido en el ano que le impedía realizar movimiento alguno.  Con sonrisa profident el caballero oscuro pronunció las primeras palabras con voz ansiosa: -¡Joder, Caya! Qué sorpresa tía, estás guapísima.  He tenido un día de mierda pero un reencuentro como éste me lo ha alegrado. Por cierto, felicidades por el libro y la presentación. ¡Has estado estupenda! Aunque no esperaba otra cosa, de teenager ya apuntabas maneras-. 
Caya sentía la palpitación de su corazón en los oídos, el pecho, la garganta y el estómago. Sólo sonreía por miedo a que su voz no sonase, al haber quedado atrapada entre latido y latido. Tuvo un flashback  que duró tan sólo un segundo y la transportó a aquel verano; cuándo sus padres le presentaron al chico de sus sueños y cuándo él le preguntó qué tal estaba, ella respondió con su nombre de pila. Se volvió a sentir estúpida por un momento hasta que algo salvaje le dio una bofetada interior y le obligó a hablar. Dijo todo lo contrario a lo que pensaba: -perdona, ¿nos conocemos?-. Entonces vio como el rostro de Fabián se torcía porque probablemente algo en su interior también le había propinado una fuerte bofetada.  Pero él parecía tener una capacidad de reacción mucho más rápida que la de ella. Y respondió hábilmente, -soy Fabián el de aquel maravilloso verano en Los Gigantes. Estaba en dos cursos más que tú en las escuelas Pías-.  Entonces, Caya se puso la máscara y dejó que la conversación fluyera. -Dios mío, Fabián. ¡Estás cambiadísimo!. No te había visto, y de hacerlo, no te habría reconocido. Bueno cómo habrás podido comprobar-.  Caya sintió temblar la parte superior de su labio al tiempo que sabía que no estaba siendo una buena coagente de la acción comunicativa. 
El rió como si lo que ella había dicho fuera gracioso. A ella no se lo parecía, pero se alegró de que al menos hubiera pasado por alto su metedura de pata.  Continuó hablando ella para que a él no le diera tiempo a pensar lo que había ocurrido :-¿cómo es que has venido?, ¿qué haces en Madrid?, ¿qué es de tu vida?-.  Y con esas preguntas se lo puso a huevo porque le facilitó el propósito de aquel encuentro. -Yo también tengo muchas preguntas que hacerte. ¿Qué te parece si vamos a tomar algo y rememoramos viejos tiempos?- dijo Fabián. A Caya le salió una carcajada nerviosa. Había leído perfectamente el subtexto. ¿Rememorar viejos tiempos?, sabía que lo que él quería era follar, pero no le desagradó la idea.  De hecho le apetecía hacerlo de nuevo con él, pero no estaba dispuesta a ponérselo en bandeja por lo que quiso remarcar que iban a contarse que había sido de sus vidas en todo ése tiempo. Y así hizo, con un simple: -hace calor, sí. Un refrigerio nos vendría bien para ponernos al día-. 
Así, de manera gentil, él puso la mano boca arriba y la estiró apuntando la dirección a la que quería que se dirigieran. Y ella, tras sonreír en señal de que apreciaba su muestra de respeto, se puso en marcha; no sin antes pensar que no se había depilado.  Pero concluyó que ése sería su baremo. A ella le gustaban los hombres salvajes de instinto, de ésos a los que le gusta ver pelo en el cuerpo.  Si no estar depilada era un motivo para  hacer ascos al encuentro sexual, mataría dos pájaros de un tiro. Uno, perder el tiempo otorgando esperanza al que confirmaría sería un falso amor platónico. Y dos, ahorrarse la posibilidad de volver a perder las riendas de su razón  ante el tío que, tiempo atrás, la había desvirgado. Y Fabián esperó a que diera dos pasos para ponerse en marcha. Y así pudo observar como el atardecer se filtraba por la fina tela de su falda larga y dibujaba, a contraluz, unas tersas nalgas que parecían no llevar bragas.  Entonces se acarició el bigote y le puso la mano en la parte baja de la espalda, sólo para comprobar que efectivamente, no llevaba ropa interior.  Pero el atractivo  Fabián no sabía en ése momento a dónde le llevarían sus curiosas manos, pues no esperaba que se estuvieran posando en el trasero de una ácida feminista. 

Continuará...



pd: Aunque esto no tenga que ver nada con el texto. Soy consciente del cambio de formatos de letras de una entrada a otra. Tenéis que creerme cuándo os digo que pongo exactamente la misma tipografía y tamaño de letra y que el error no viene de mi sino de éste blog, que declaró desde su origen sus intenciones de volverme absolutamente loca. Eso sí, lo que nos desgarra, incomoda, obsesiona o seduce es siempre buen material para escribir. Ahí queda eso. Espero que no os moleste demasiado. A mí me repatea.