Arcadia camina sin rumbo, haciendo tiempo para su ponencia. Recorre las
calles esperando que llegue el momento. Su momento. En las paredes, anuncios
que cuelgan de los monstruosos edificios proclaman la llegada de la anorexia en
la primavera. Escaparates de maniquíes que parecen mujeres. Mujeres que parecen
maniquíes los contemplan con deseo. Un grupo de chicas adolescentes toman
cocacola light en una terraza. Visten igual, sólo cambia en ellas el color de
sus uñas, a juego con el tono del bolso y los zapatos. Se pasan la revista de
moda. Parecen desear ser ellas esos cuerpos cadavéricos que salen en
portada.
Sigue su andadura por la tierra de las luces de neón, que se encienden y
apagan, aún cuándo el sol de mediodía alumbra la Gran Vía. A través de un gran
ventanal, una peluquería expone a sus clientas a los transeúntes. Con papel
platina en la cabeza, esperan con entusiasmo que el nuevo color de pelo les
haga sentirse más vivas. Sonrisas de plástico y blanco nuclear contrastan
con las barras de labios de todos los colores. Brillos que te hacen los
labios más carnosos. Cánceres que hacen que se te caigan los labios.
Camina y camina y observa su reflejo en el cristal de un coche parado en un
semáforo. Aspecto fantasmal en ciudad de fantasmas. Dentro del coche: un
hombre; a su lado un bolso más grande que el de cualquier mujer. Piernas
famélicas embutidas en pitillos que dejan ver los desórdenes alimenticios. Un
luminoso sex shop invita al placer de plástico. Pollas de colores, texturas, tamaños,
venas y prepucios de todo tipo. Bolas chinas que se venden como bolas de
helados. Placer vacío de sentimiento inunda las grandes ciudades. Ocio lleno de
prejuicios fútiles transforman nuestras vidas.
Llega a Montera. Prostitutas demuestran sus gustos musicales en teléfonos
de última generación, bajo carteles que anuncian la llegada del iphone 5.
Zapatos de última moda levantan esos cuerpos desnudos. Voluptuosidad
desublimada bajo kilos de maquillaje y cadenas de oro. Hombres de color, vestidos
con trajes de vendo oro. Machos frustrados que hacen cola esperando comprar un
orgasmo. Frente a ellas, el toldo de un kiosco de prensa, que pasa
desapercibido en la selva de plástico, da sombra a un pequeño rectángulo.
Empapada en sudor, se cobija debajo. De su bolso saca una pitillera y
de ella un tabaco. Contempla su alrededor, buscando el momento de encenderse el
cigarro. Una mano, salida del infierno de asfalto, emerge ante ella . Enciende
un mechero con una mujer en bikini que sostiene un plátano. Arcadia acepta
el fuego, pero no evita añadir que se está confundiendo, tras dar las gracias.
El hombre barrigudo le pregunta si es madre. Ella niega. Entonces eres igual
que ellas. El hombre se retira. Caya observa a las prostitutas que aceptan con
alegría el trabajo que creen haber elegido. O puta o madre, ésos parecen ser
los únicos caminos.