Desde las entrañas del volcán

Desde las entrañas del volcán
Blog-experimento. Espacio onírico. Utopía en proceso de construcción. Soy comunicadora audiovisual, guionista, escritora, feminista, militante de lo colectivo, artista, activista, anticapitalista y hechicera de la revolución. Colaboro con varias publicaciones y me apunto a un bombardeo. Para propuestas amorosas y proyectos contacta conmigo: garcialopez.alejandra@gmail.com

domingo, 24 de marzo de 2013

Atrápame si puedes





Amanece. Todo apunta a que será un día soleado. Aún sigo en la cama, remoloneando. Tengo cosas que hacer, muchas e importantes. Pero advierto las coronillas de los edificios a través de la ventana y se me quitan las ganas de levantarme. 

¿Puede una sentirse atrapada en una ciudad como ésta?

Te giras a un lado. Después al otro. Intentando conciliar ése sueño que te ha abandonado hace escasos minutos y sabes de sobra que no volverá. Miras la hora. Y el sol, ya alto, te recuerda que en otros sitios hay gente que dedica su domingo a salir a adorarle. Si, yo también quiero adorarle. Domingo, de vacaciones, y en esta ciudad. Atrapada. 

¿Remordimientos? Si, remordimientos. Los remordimientos también atrapan. Son perrunos y enfermizos y te van comiendo la energía desde dentro y, muchas veces, no tienen nada que ver con la responsabilidad. Es esa clase de sensación que, cuándo estás liberado, sabes que no sirve de nada evocar porque no te ayudan a exprimir los momentos, sino que los condena, te divide y dicha escisión frustra. De verdad. Te atomiza para siempre; entre el principio del placer y el de realidad. 

Parece que, a medida que vas haciéndote consciente de ti misma también te haces consciente de lo que la vida te dará: trabajo, trabajo, dinero, dinero...eso puede estar bien. Pero, ¿QUÉ MÁS?

¿Puede una sentirse atrapada en una ciudad como ésta?

Venga levántate, dúchate, lucha. Si es cierto, no vives en la sierra, no tienes jardín, ni ves la playa desde tu ventana, ni siquiera tienes una casa amplia. Pero estás viva, tienes dos piernas y en las ciudades, hasta hoy, hay parques. Aprovéchalos, nunca sabes cuánto van a durar.

Así que me levanto, me ducho, y salgo a la calle esperando luchar, al menos defenderme con uñas y dientes. Como una loba, del entorno hostil que me rodea. Pero alucino al poner un pie en la Gran Vía. El corazón me late a mil por hora y mi orientación se confunde, mi vista se nubla, mi olfato no percibe los olores del domingo, y sólo siento una cosa...estoy atrapada.

Veo la cárcel de colores en la que estoy atrapada. Todo parece que está aquí libremente, para divertirte y entretenerte, pero es sólo para esclavizarte. Escaparates con luces de neón, maniquíes escuálidos que anuncian la llegada de la anorexia primaveral, vendedores de oro en cada esquina, limpiadores de botas que ejercen su trabajo, con mucha honra, a pesar de que saben que el cliente que viene y les planta el pie encima no le ve como a un igual, rumanos que salen, literalmente, de las alcantarillas, mendigos que se masturban bajo las mantas que les separan de "la realidad", prostitutas que parecen felices porque tienen los zapatos de última moda y que se sienten libres porque ganan más dinero que muchos; masa de gente homogénea, gris e uniforme, que mira, ensimismada, esperando encontrar, detrás de esas barras de acero y cristal, el objeto que les hará feliz, la piedra filosofal del capitalismo. Y la última moda: recién casados que sacan sus fotos de boda entre el berska y el zara de la Gran Vía; y también delante del mercado de fuencarral. 

Y yo en medio de todo esto con ganas de gritar: ¡Estamos en un puto campo de concentración! ¿es que nadie más puede verlo?

Y escucho el eco, reverberante, extendiéndose como la onda expansiva de una bomba nuclear...pero nadie me escucha, el mundo gira. Naturalmente. Lo que me ocurre a mi es que cuándo camino por las calles de esta ciudad y veo la gran multitud de gente que camina, sin rumbo, la mayoría de las veces, atendiendo a los escaparates, esperando ver no puedo imaginarme si quiera el qué...puedo ver cualquier cosa, excepto un movimiento natural. Ya no hay nada natural en las ciudades, ya no hay nada mágico ni sagrado. Sólo queda un campo de concentración que ahora, en tiempos de crisis, emerge como un Titán de hierro haciéndose inevitable y terroríficamente visible. 

Hay una cosa por la cual puedo elevarme, por un instante al menos, sobre el techo contaminante de este espacio viejo. Soy libre para pensar lo que quiero, hablar alto y claro, enseñar y/o cubrir mi cuerpo impunemente y escribir sin miedo al remordimiento. Ahí no puedes alcanzarme. Te jodes. Porque escucho la llamada de lo salvaje...y eso me no me asusta. Quiero fuego, agua, tierra y aire. Eso es lo que verdaderamente me seduce y eso no puedes arrebatármelo.