“Cada acto profundamente crítico es cómo una botella lanzada al mar para futuros e ignotos destinatarios” Theodor W. Adorno
Partiendo de esta frase
del filósofo alemán y aludiendo a su pensamiento, podemos deducir que la actual industria cultural usurpa a sus
consumidores lo que promete, una felicidad que es ilusoria. Los productos de esta industria no son
obras de arte, después convertidas en mercancía, sino productos concebidos para
ser consumidos. Existen obras de arte, pero están expuestas a ser utilizadas y manipuladas
por la propia industria para su beneficio. Si arrojamos una mirada crítica
sobre la coyuntura actual en busca de la relevancia del pensamiento crítico,
llegamos a la conclusión de que este bien preciado es poco común. Ya no hay duda de que vivimos en un
sistema represor que pretende
escamotear todo impulso de vida. No hay más que observar la actualidad, saciada
de recortes, amenazada por la privatización, castrada de las armas que tenemos
para hacer frente a las tiranías de los gobiernos, despojada de una malla en la
que la educación y la cultura cumplen la vital función de hacernos crecer y
progresar.
Pero hay posibilidad de
que exista algo más que la realidad dada. A esta realidad dada, subyace una experiencia
sin fin de la que podemos valernos para afrontar la reinvención de la realidad.
Es la experiencia múltiple del arte, fundamental para enriquecer nuestro paso
por la tierra, lugar con alma sensible e inteligencia. Debemos ser flexibles si
queremos superar estas circunstancias, sorteando los límites impuestos por la
razón instrumental. Recuperar la libertad se convierte en objetivo principal
cuando somos víctimas de un entramado aplastante, que reduce nuestra existencia
al rendimiento económico y coarta nuestra creatividad y capacidad de
emancipación. Por ello, muchos contemplamos como una necesidad imperial introducir
en el discurso otros niveles de comunicación, que se derivan de la experiencia sensible
de la realidad, con el fin de elevarla a un nuevo grado de lenguaje en el que
entre en juego lo intuitivo, el arte. Porque al final la realidad es aquello de
lo que se habla. El arte se expresa en un lenguaje conceptual, no discursivo,
que se relaciona con el inconsciente colectivo y subjetivo; el único espacio
libre de las cadenas de la instrumentalizada razón.
La libertad individual
ha sido destruida por la cultura de masas. La capacidad de pensamiento crítico
agoniza. Por eso el arte debe
dificultar todo acto de desarrollo de una sociedad no reflexiva.
La industria cultural ha
venido a sustituir el verdadero arte, aquel que pone en cuestión el mundo que
le rodea y potencia el espíritu de sus receptores, por arte mercancía. Esta
creciente industria ha desvirtuado la esencia del arte que, en el peor de los
casos, ejerce de prolongación ideológica del sistema que la avala, manipulando
las conciencias, y, en el mejor, destruye la capacidad de reflexión dada la
planicie de sus productos, enmarcados en una lógica unidimensional sobre la
existencia; la que nos es dada por el sistema.
Desde una perspectiva
negativa, en tanto que apertura del mundo artístico a la gran masa, la
industria cultural, favorecida por los medios de comunicación de masas, ha
embrutecido el grueso del arte. Podemos pensar que el hecho de producir arte en
cadena suprime sus capas esenciales porque sus efectos son nada revolucionarios.
El impulso primario de arte, relacionado con el espíritu, lleva implícito una
capacidad de rebeldía, una necesidad de análisis y una vocación de penetración
en lo profundo para ejercer de elemento transformador. El arte no puede ser
sólo una experiencia estética, también debe ser revolucionaria, dotada de capacidad
subversiva para garantizar un contexto social y cultural que perpetúe su
existencia. La industria cultural produce arte que no muerde, que no incomoda
ni despierta. Arte domesticado y
unidimensional porque no contiene una intención de rebelión. La única rebelión real
sería la emprendida contra esta industria que es reflejo del sistema malsano que
la origina. Sin embargo, no podemos negar que la apertura del mundo artístico,
potenciada por estos mismos medios de comunicación, ha contribuido a la
difusión y promoción cultural, acortando distancias, hasta casi la inmediatez,
entre los creadores y colectivos.
Muchos consideramos
posible tejer una red cultural sustentada en la cooperación, al margen del
sistema que quiere hacerla desaparecer, aprovechando las ventajas de nuestro
tiempo. Y debe construirse al margen porque el sistema se empeña en eludir que el
arte y la vida son inseparables. No solo podemos reclamar nuestro derecho a la
cultura, pues es reconocido por nuestra constitución, sino que debemos tomar las riendas de
nuestro potencial y plantear alternativas, que nazcan de nosotros, para
llevarlas a cabo sin necesidad de esperar a que la impotencia, que suscitan los
poderes públicos, acabe con nuestras energías.
Podemos advertir que el
arte no termina de cuajar como potencia colectiva por una cierta tendencia
individualista de los creadores.
Parece que hemos perdido el coraje colectivo, tras la superación de la
comuna e, indudablemente, a este hecho se suma la falta de medios que hace que
muchos sintamos como imposible la realización de nuestros proyectos. La institución que debería fomentar la
creación lo que hace, a efectos prácticos, es limitarla.
Lo poco
de verdadero arte que hay, con componentes disidentes e imaginativos, ha
carecido del apoyo de las instituciones o incluso es atacado, asediando
iniciativas que enriquecen el tejido social. El arte
mercancía es enemigo de la auténtica creatividad. Por todas estas lagunas de la industria muchos vemos como una
alternativa sostenible las cooperativas artísticas. A través de ellas podemos rellenar los vacíos que impiden
el desarrollo de una verdadera cultura y devolver al arte su función social con
el fin de restablecer el impulso para el que fue concebido: creador de
experiencias colectivas. Tenemos que ser más
ambiciosos aún, en la expectativa de organizarnos -sin perder libertad y
espontaneidad- para penetrar más profundamente en la sociedad y conseguir
transformar al actor pasivo en un agente realmente activo, hasta que la
creatividad sea entendida como una actividad popular e integrada. El
arte que es amado, ama al pueblo, lo nutre, lo dota de una fuerza particular y
lo hace brillar en todo su esplendor
Un nuevo arte sólo puede
emerger desde la superación de la sociedad contemporánea, enferma del mismo mal
que el sistema que la ampara. Sólo puede ser nuevo en la medida en que cree
nuevas formas de actividad, convivencia, pensamiento y experiencias vividas,
tanto físicas como sensibles. Vivimos
en una sociedad, que cada vez más, despoja a sus individuos de todo juicio que
pueda poner en duda su soberanía e impide su sano porvenir. Tenemos que huir de la tendencia al
nihilismo de la que se desprende un rechazo al mundo contemporáneo y clarificar
nuestro deber de ejercer una protesta global ante la afición del sistema por
hacer desaparecer todo rastro de vida sensiblemente humana e intelectualmente
elevada. Por eso invitamos, a
través del arte, no sólo a contemplar las ruinas que nos rodean, sino también a
tomar las armas y participar en la alegría de la subversión y la revolución
para acabar con el moribundo gigante que trata de aleccionarnos.
“El mundo posee desde
hace tiempo el sueño de algo de lo que sólo necesita ser consciente para
poseerlo en realidad”. Recordando
a Marx, podemos concluir que nuestras fantasías son uno de los mayores bienes
que poseemos, a las que debemos otorgarle poder para que se hagan realidad.
Entre esas fantasías se encuentra la voluntad de hacer evolucionar la sociedad
hasta que sea capaz de reinventar su espacio, para que se puedan satisfacer el
conjunto de sus deseos y pueda desearse el conjunto de su realidad. Muchos
pensamos que podemos hacerlo, si pusiéramos todas las fuerzas acumuladas por el
poder al servicio de nuestro deseo de vivir, nuestra inagotable imaginación,
nuestros múltiples sueños y proyectos a medio realizar que constituyen una
esencia común, la nuestra. Ese puede ser nuestro mensaje lanzado al mar de la
posteridad.
Ensayo realizado para la publicación canaria Isla Descubierta. Próximamente adjuntaré el link para ver la revista online, 32 páginas de calidad que versan sobre el panorama cultural.