Crónica del viernes 22 de noviembre para Dirty rock.
La pantalla madre del Keroxen |
El tanque abrió sus puertas por tercera vez para
acoger el edén infernal propuesto por KEROXEN
13. Así dio comienzo la noche, toda una promesa de extáticos reventones de
oídos. Arranca con el espacio K
temporánea, una rareza dentro de la rareza, que dejaría estupefacto al
mismísimo Wagner.
ASIER RAMOS |
ASIER RAMOS, componente del trío Hespérides, nos desbraveció
con su clarinete mágico. Formado en música camerística y con logros destacados en
el panorama nacional, puso la nota más clásica a la velada. Nos emocionó los tímpanos
de forma delicada con Studio da concerto;
pieza que lo mismo tiene de evocadora que de complejidad técnica. Los acólitos keroxenianos disfrutamos,
concentrados, de las notas de color que salían del clarinete. Algunos cerraron
los ojos para dejarse llevar por los sentidos en pura abstracción; otros se balanceaban
con sutileza, pero todos estábamos receptivos emocionalmente. Con éxito, nos
dejamos amansar por Asier como las
bestias por Orfeo y su lira.
Gonzalo, del Equipo
Para, se encargó de “literalizar” los intermedios con sus lecturas. Su
interpretación, siempre poética, nos cautivó como era de esperar. Iniciativa original como ella sola que, sin
embargo, no solemos disfrutar más que a primera hora cuando el éxtasis aún está
latente y no hemos empezado con los gin tonics.
Continuó la noche con I AM
DIVE y sus "cantos de sirenos" absorbentes. Con atmósferas post rock de sonidos
oníricos, el folk más tierno y la electrónica más elegante, el público se rindió ante su hechizo musical. Su
acento andaluz al micrófono terminó de seducirnos al confesar que el concierto
que dieron en El generador, hace un
par de años, había sido uno de los mejores de su gira. Los keroxenianos les
dedicamos nuestra más sentida ovación entre la que se pudo escuchar algún “olé”. Pusieron el broche con su conocido Summer camp y ya nos embelesaron del
todo. El lenguaje corporal de los que
allí estábamos demostraba la explosión de felicidad a la que el dúo sevillano
nos había conducido. La voz salió del escenario y nos quedamos con la guitarra
y sus pedales en un torbellino de sonidos que se evanescieron progresivamente, absorbidos
por el agujero negro del silencio. Con su profunda actuación nos entraron ganas
de enamorarnos.
A la espera del shoegaze cósmico saletiliano de
la siguiente actuación, fumábamos ansiosos y nos apelotonábamos en la barra
para saciar nuestra sed de desenfreno y delirio dipsomaníaco. La miniatura del
restaurante La Concepción se asentaba
en los estómagos más distinguidos; el resto esperábamos la suculenta pata de
todos los días.
Por fin llegó el momento del dúo isleño SALÉTILE que ya nos había amenazado con
la incorporación de David Perreko a
la batería para hacer del conjunto de sonidos extraterrestres que les caracterizan
una mezcla aún más cautivantemente insólita, cargada de resonancias que no
pasarían desapercibidas. La amenaza se cumplió. Arrancaron con ciertos
problemas de ecualización hasta que pidieron “por favor más
base y menos guitarra”. A partir de
ahí el sonido se expandió en órbitas concéntricas y loops distorsionados que
encajaban con los visuales de nieve televisiva que habían escogido para la
ocasión. Superadas las dificultades, el público, agradecido de que empezara el
reventón de oídos que iba buscando esa noche, comenzó a levantarse, ávido de
éxtasis, en ese viaje sonoro por el espacio exterior con paradas en estaciones
estelares vibratorias que sólo ellos son capaces de crear. Fueron los primeros
en abrir grietas en el tanque.
FARNIENTE |
Con el kraut experimental de FARNIENTE, metáfora de la sonoridad de un futuro con tintes retro salida
de la tecnología más selecta, de las grietas del tanque comenzó a emerger el
humo lisérgico y embriagador que nos fascinaría. Ya no había vuelta atrás. Tal
vez por eso el espacio se transformó rápidamente al ritmo hipnótico de las intensas
texturas acústicas del dúo peninsular. Con sus peculiares bases electrónicas, el
tanque se convirtió en el rincón más telúrico del mismo Hades. Fue toda una
experiencia motivada no sólo por sus propuestas innovadoras sino por el
arrebato extático de sus componentes. La batería pegando sin compasión, las
mezclas buen rolleras y tan bienvenidas, y los matices más desenfrenados de su estilo,
por cierto muy personal, nos sumergieron en un trance de danza maldita que hizo
temblar hasta los huesitos dulces. La clave de tan aclamada actuación es que
Farniente lo da todo, lo vive y nos contagia su
entusiasmo. Muy merecidos los cantos a tres voces que les dedicamos al final“otra, otra,
otra”. Y otra que
tocaron, arropados por la posesión casi demoníaca en la que ya nos
encontrábamos. Los más atrevidos de la noche; una interesante sorpresa para los
oídos.
EMPTYSET |
La noche llegaba casi a su fin con los tan esperados EMPTYSET que terminaron de enardecer la calidad del cartel. El dúo de Bristol, híbrido investigador de la línea que separa la música del noise, terminó de enloquecernos con su mística demiúrgica y sus estructuras arquitectónicas de sonido que se puede tocar porque son increíblemente físicas y rudas. Los keroxenianos casi podíamos lamer las vibraciones de un sonido tan expansivo como el de Emptyset estando como estábamos, a poco más de un metro de su mesa de mezclas. Incluso los más tímidos se dejaron llevar con una actitud sorprendentemente receptiva. Nos entregamos a ellos y devoramos su propuesta multisensorial, a base de electrónica que amplifica texturas sonoras deconstruidas y conceptos visuales, dónde se percibía, además de una esencia auténtica y refinada, muchas tablas. Los más obscenos nos quedamos con ganas de que nos sangraran los oídos; la propuesta del dúo y el espacio del tanque así lo exigían, pero echamos de menos ésa catarsis acústica. Faltó el volumen extremo que es capaz de removernos cada rincón de las entrañas y con el que tanto se disfruta del sonido emptysetiano en unos buenos sennheiser. Aún con todo, la sincronicidad del dúo y lo sensual de sus mezclas, a cuatro manos, despertaron los instintos más primitivos. Lo dimos todo con ellos que además quedaron encantados con la ginebra macaronésica. Una experiencia impactante.
La velada terminó con el tanque vaciándose
progresivamente. Los últimos danzarines finíquitábamos las copas pisando un mar
de restos plásticos que daba cierta vergüenza, y del que no estaría mal hacer
autocrítica, mientras extrañábamos un tema de cierre con el que aullar a la
luna, como fieras. La organización como siempre se lució con su entrega y nos
extasió con una propuesta exquisita propia del Keroxén, festival revolucionariamente
tóxico dónde los haya y reducto musical de la contracultura actual. Nos deja
con hambre dionisíaca para el próximo viernes en el que esperamos que las
puertas del infierno se abran otra vez.
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